Hitler reclutó a los niños y
adolescentes alemanes para adoctrinarlos. Un libro analiza cómo funcionaban las
Juventudes Hitlerianas, los crímenes de guerra que cometieron y cómo fueron
precursores de los niños soldados.
Las JHm (Juventudes Hitlerianas) se
convirtieron en la única organización juvenil en alemania a partir de 1936,
cuando fueron prohibidas todas las demás-
Estos jóvenes cometieron crímenes de
guerra y fueron el precedente de los niños soldado.
“Los nazis se aprovechaban de sus
posiciones jerárquicas para explotar sexualmente a chicas”
UNA JUVENTUD bajo Hitler no podía
ser buena. De 1933 a 1945, los jóvenes alemanes fueron incorporados en masa a
la trituradora ideológica y militar del nazismo y muchos se convirtieron en
perpetradores de los crímenes del régimen. La complicidad genérica de la
juventud de Alemania con su Führer es indiscutible, pero también es verdad que
esos chicos y chicas que ofrecieron su alma al perverso dictador, seducidos u
obligados, fueron en cierta manera, y en mayor o menor grado según el caso,
víctimas. Adoctrinados hasta lo indecible, coaccionados, intimidados,
despojados de sus infancias y adolescencias, arrebatados de sus hogares y
escuelas, entregados a menudo por sus mismos progenitores al ogro de la
esvástica, los jóvenes alemanes fueron utilizados por los nazis, que los
convirtieron en sujetos de un atroz experimento social, reservorio de sus ideas
abominables y, en última instancia, en carne de cañón para su guerra con el
mundo.
La principal herramienta empleada
por los nazis para apropiarse de los jóvenes alemanes y unificarlos en su credo
fueron las Juventudes Hitlerianas (JH), que recibieron el nombre en 1926 a
partir de formaciones anteriores, vinculadas inicialmente a las SA (unidades de
choque del partido nazi). En las JH sirvieron 9 de cada 10 jóvenes alemanes. De
corte paramilitar (con bonitos uniformes –de color negro y mostaza– e insignias
propios), estaban destinadas a los chicos de 14 a 18 años. Para los más
pequeños, de 10 a 14 años, existía la rama infantil, el Deutsches Jungvolk
(DJ), que desembocaba naturalmente en las JH y a cuyos miembros se denominaba pimpfe.
En cuanto a las chicas, existía la sección femenina de las JH, la Liga de las
Muchachas Alemanas, con su propia rama para las niñas. Todas vestían falda azul
marino y camisa blanca, muy à la mode, según el gusto nazi, y
peinaban trenzas o moños.
Una de las chicas más famosas
salidas de las JH fue Irma Grese, la Bella Bestia, la terrible guardiana de
campos como Ravensbrück, Auschwitz y Bergen-Belsen. Las JH se convirtieron en
la única organización juvenil en Alemania a partir de 1936, cuando fueron prohibidas
todas las demás. La afiliación pasó a ser obligatoria por ley en 1939 para
todos los adolescentes de edades comprendidas entre los 10 y los 18 años. De
las JH, que pasaron de los 100.000 miembros cuando Hitler asumió el poder
(1933) a los dos millones a finales de 1933 y 5,4 millones en diciembre de
1936, se salía ya para ingresar en el partido (nazi), al Frente Alemán del
Trabajo, a las tropas de asalto o a las SS (principal organización militar,
policial y de seguridad del Reich), o al servicio en las Waffen-SS (cuerpo de
combate de élite de las SS) y la Wehrmacht (Ejército). A comienzos de 1939, el
98,1% de los jóvenes alemanes pertenecían a las JH. Entre los que escaparon de
sus garras, con grave riesgo, pues había fuertes sanciones (se recurrió a Heinrich
Himmler y su policía y SS para hacer cumplir el servicio), figuraba el que
luego sería escritor y premio Nobel de Literatura Heinrich Böll, con 16 años en
1933. En cambio, otro autor y también premio Nobel, Günter Grass, hizo un
recorrido clásico completo: pimpfe a los 10, auxiliar de antiaéreo a los
15 y artillero de carro de combate de las Waffen-SS a los 17.
https://youtu.be/oGNsLD9hW1Y
Nuestra mirada se posa sobre esos
jóvenes a menudo con una desasosegante ambivalencia. Nos espantan y repelen las
imágenes de multitudes juveniles vociferantes entusiasmadas ante el líder,
alineadas en orden militar, desfilando con marcial arrobamiento, cantando con
endemoniada pureza (como en la icónica e impresionante escena del Tomorrow
Belongs To Me del filme Cabaret); los más fanatizados,
incorporados al combate en las divisiones mecanizadas de élite o a la lucha
política y racial: la juventud que quema libros, acosa y maltrata –y hasta
asesina– a los oponentes y a los judíos en las calles (o en los campos de
concentración), denuncia a sus propios vecinos e incluso a sus padres a la
Gestapo, que ese sí es un conflicto intergeneracional. La otra cara es la de la
foto (que fue portada de Life) del soldado de 15 años, embutido en
un capote demasiado grande, llorando como lo que es, un niño, tras su captura
en 1945 por los estadounidenses. O la de los 20 soldaditos condecorados con la
Cruz de Hierro, uno de ellos un “pequeño héroe” (así lo bautizó la propaganda)
de 12 años, recibidos en el búnker de la cancillería del Reich, el 19 de marzo
de 1945, por un Hitler ya espectral, pero aún capaz de enviarlos a la muerte
más absurda e inútil ante los tanques rusos tras darles un pellizquito en la
mejilla. “No volverán a ser libres el resto de su vida”, había profetizado en
1938 el gran flautista de Hamelín de Alemania.
El historiador nacido en Alemania
pero nacionalizado canadiense Michael H. Kater (Zittau, 1937), un experto en la
cultura del III Reich, doctor en Historia y Sociología por la Universidad
de Heidelberg y profesor en la Universidad de York (Toronto, Canadá), acaba de
publicar un libro imprescindible sobre las JH, esa organización sobre la que
pivotó especialmente el esfuerzo de los nazis por apoderarse de esa generación
alemana. Las Juventudes Hitlerianas (Kailas, 2016) es una obra
tan exhaustiva como apasionante y estremecedora que combina la investigación
científica con el relato humano –explica que los campamentos de las JH, donde
proliferaba el sadismo, eran un mal lugar para mojar la cama–. Y alberga en su
centro una profunda disquisición moral.
“Las organizaciones juveniles,
como los Wandervögel, existían en Alemania desde la época guillermina y el
inicio del siglo”, dice Kater, “se volvieron más hacia la derecha en línea con
el espectro político general; en la última mitad de la República de Weimar (1925-1932),
cuando Hitler estaba en alza, miembros de grupos de juventud nacionalistas
simpatizaban secreta o abiertamente con el NSDAP, el partido nazi, aunque menos
con las JH, que tuvieron un inicio débil y tardío. A medida que los patrones
democráticos se derrumbaban, una estructura con un Führer pasó a ser aceptable
entre la juventud alemana, y eso facilitó que todos los grupos juveniles se
incorporaran a las JH. Eso ocurrió en etapas. Los que se resistieron fueron
forzados hacia 1935”. Una de las claves del éxito de las Juventudes Hitlerianas
es que se presentaban como excitantes, modernas y progresistas.
¿Qué concepto tenía Hitler de la
juventud? “Al principio, realmente ninguno”, contesta el historiador. “No le
interesaban los jóvenes porque no podían votar. Eventualmente Hitler se
persuadió de que la crianza de jóvenes seguidores no era una mala idea: un
movimiento milenario debía tener una retaguardia”.
Ante la imagen del soldado
jovencito de Life y la de los niños del búnker de Hitler,
Michael H. Kater tiene claros sus sentimientos: “Personalmente siento una
inmensa compasión por ellos. Para mí, en ese tiempo, eran obviamente chicos
inocentes que habían sido explotados por políticos fascistas criminales”.
Con la guerra, se echó mano de los
miembros de las JH para ayudar tras los bombardeos de las ciudades alemanas, lo
que obligó a niños de 12, 13 y 14 años a tener experiencias espantosas,
desenterrando a familias enteras chamuscadas. Peor aún fue el reclutamiento
para las defensas antiaéreas, en las que 200.000 jovencitos y jovencitas de las
JH prestaron servicio como personal auxiliar de artillería (Flakhelfer).
Iban de la escuela a los cañones y muchos sufrían crisis nerviosas por el
miedo.
Junto a eso, señala Kater, está el
hecho de que el adoctrinamiento de las Juventudes Hitlerianas desempeñó un
importante papel en los crímenes de guerra de la Wehrmacht y las SS, cuando
esos jóvenes ingresaron en sus filas convertidos en soldados políticos. “Se
pueden identificar dos importantes ingredientes de la formación ideológica de
las JH que los jóvenes trasladaron a la Wehrmacht y las SS: uno es la creencia
de que Alemania debía dominar otras partes del mundo, y el otro, la jerarquía
racial, que ponía a los alemanes arios en la cúspide y a los judíos en lo más
bajo”. Un hábito siniestro de los jóvenes reclutas provenientes de las JH fue
el “turismo de ejecución”: la asistencia a los asesinatos colectivos de judíos
sobre el terreno.
Un sello de 1943 conmemora los
servicios prestados por las Juventudes.
¿Fueron las JH realmente útiles
militarmente? Kater contesta que fueron fundamentales para que los nazis
pudieran poner tantas fuerzas en el campo de batalla. “Habían recibido
entrenamiento paramilitar incluso antes de marzo de 1935, cuando se introdujo
el reclutamiento general, y de septiembre de 1939 (inicio de la II Guerra
Mundial). Hay que recordar que el sello distintivo de la socialización de las
JH fue la militarización, con las acampadas, marchas y juegos de guerra”. Las
JH incluso tuvieron secciones especializadas como la naval, la ecuestre o la de
pilotos de planeadores, a cuyos integrantes codiciaba Hermann Göering. “Al
pasar a formar parte de las fuerzas regulares de la Wehrmacht o las SS, los
jóvenes de las JH se mezclaron fácilmente en sus filas y reforzaron su
agresividad”. Hubo incluso una división de élite vinculada a las JH, la 12ª SS
División Panzer Hitlerjugend, formada en 1943 con 16.000 miembros
de las JH nacidos en 1926. “Eran combatientes nazis particularmente fanáticos,
habiendo sido socializados sin problemas desde los campos de las JH hasta los
barracones de las SS”. Las JH cometieron crímenes de guerra. También hubo
miembros de la organización en el sobrevalorado Werwolf, la guerrilla nazi que
se enfrentó a la ocupación aliada.
El historiador está de acuerdo con
que los chiquillos de las JH con bazucas Panzerfaust tan habituales al final de
la guerra como miembros del Volkssturm, la milicia popular de último recurso,
eran claros precedentes de los modernos niños soldado. “Desde luego. En el gran
conflicto previo, la I Guerra Mundial, el Ejército alemán fue muy
cuidadoso en no admitir reclutas de menos de 18 años –por ejemplo, al mismísimo
Heinrich Himmler–, incluso aunque alguna vez chicos menores se colaran en el
ejército imperial (como Ernst Jünger). Pero el fenómeno de los niños soldado es
una marca de las últimas fases desesperadas de la II Guerra Mundial”.
Kater apunta que a los reclutas de las JH asignados para los Panzer en 1943 y
1944 no se les repartían cigarrillos como a los soldados adultos, sino…
caramelos.
Responsabilidad y culpa
están en el núcleo del libro de Kater, que, además de sobre historia, es un
libro sobre moral, e incluso un juicio moral. “Cualquiera que escriba sobre las
JH ha de ocuparse de esos temas. Es un asunto muy delicado, y contestar de manera
satisfactoria para todos a las preguntas que plantea, imposible”. Ser de origen
alemán debe complicar las cosas. “El hecho de haber nacido en Alemania y haber
estado, en 1945, a solo dos años de ser incorporado a las JH probablemente me
hace ser especialmente sensible al tema. Me considero un demócrata liberal de
izquierdas y hoy me estremezco ante lo que me habría aguardado como miembro de
las JH si la guerra hubiera durado lo suficiente. Nacido en 1937, me trasladé a
Canadá en 1953 y me convertí en ciudadano canadiense, dejando atrás a propósito
mi nacionalidad alemana. Gracias a Dios, Canadá es una tierra de tolerancia e
integración. No hay Marine Le Pen aquí, ni Trump, ni NSDAP”.
Se percibe en el libro una tensión
entre la visión del historiador –y su impecable examen de los pecados de la
Juventudes Hitlerianas– y la compasión ante determinados casos de esa juventud
tronchada. ¿Cuál es el juicio final de Kater?, ¿víctimas y perpetradores? “Sí,
ambas cosas. Hay que diferenciar entre adolescentes suficientemente mayores
para aceptar responsabilidad (o incluso culpa) por ciertas actitudes y
acciones, y niños que en un tribunal de justicia, incluso en uno nazi, deberían
haber sido considerados inocentes. Obviamente, esas dos categorías siempre se
superponen, y ¿quién puede decir dónde están los límites claros?”.
Mitin inaugural
de la organización en Rheinsberg, en junio de 1936.
Las JH no tuvieron mucha suerte
–si puede decirse así– con sus dos líderes: Von Schirach (juzgado en Núremberg)
y Artur Axmann. “Ambos fueron cifras impersonales en la máquina nazi e
intercambiables en lo que respecta a las JH. Ninguno tenía carisma, eran meros
funcionarios. Schirach, no muy brillante y fofo, era particularmente vacuo pero
con enormes pretensiones, más culturales que políticas. Axmann al menos había
luchado en la guerra, en el frente del Este, donde fue gravemente herido y le
amputaron el brazo derecho”. El líder de las Juventudes Hitlerianas pidió a sus
chicos y chicas que defendieran Berlín hasta el fin: mantuvieron abiertos los
puentes sobre el río Havel para que escaparan los faisanes dorados
nazis, los jerarcas, entre ellos el propio Axmann.
No toda la juventud alemana siguió
a Hitler. Hubo disidentes. Individuales y en grupo. Como los Jóvenes del Swing,
atraídos por el jazz estadounidense, las pandillas (era difícil ser rebelde sin
causa en la Alemania nazi) o los integrantes del grupo de resistencia de la
Rosa Blanca.
El historiador aborda en
profundidad un tema característico de las JH: el del género. “Siempre hubo en
el partido nazi dos tendencias, una que quería que las chicas y mujeres fueran
puestas masivamente a trabajar, especialmente en tiempo de guerra, y la otra
que esperaba que se ciñeran a ser amas de casa y paridoras de nazis. Hitler
pertenecía al segundo grupo. Albert Speer y Joseph Goebbels, al primero. En
última instancia, Hitler ganó. Incluso las mujeres nazis que se revolvieron
contra eso fueron rápidamente silenciadas. Igual que las feministas en
las JH. La sección femenina, la BDM –cuya salida militar podía ser la de
ayudantes en las distintas ramas de las fuerzas armadas–, tenía que obedecer
siempre a los miembros masculinos, incluso las líderes”.
El asunto del sexo es bastante
siniestro. “A pesar de la ideología oficial que sostenía que las mujeres debían
ser honradas y que el sexo era solo un catalizador necesario para la cría
eugenésica, los nazis (hombres) se aprovechaban de sus posiciones jerárquicas
para explotar sexualmente a las chicas y a las mujeres. En las JH tenías
jóvenes (con energía y libido alta) a menudo hermosos (un buen cebo para la
lujuria) mezclados con una estructura autoritaria, donde siempre había alguien
que podía mandar y otro que no estaba autorizado a decir que no, la
promiscuidad era muy alta”. De hecho, el acrónimo de la Liga de Muchachas
Alemanas, BDM, pasó a leerse como Bund Deutscher Matrazen (liga de colchones
alemanes) o Bubi Drück Mich (vamos chico, apriétame fuerte).
¿Cuál es el legado de las JH?
“Después de la guerra, prácticamente todo el mundo había formado parte de ellas
y podían sentirse avergonzados o culpables, así que no se hablaba del tema. Los
de ultraderecha son una excepción, claro”.
El
artículo original puede verse en el siguiente enlace: http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/juventudes-hitlerianas/
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